miércoles, 1 de mayo de 2013

Lanjarón a la vista


¡Alto y parada! -y procuremos enumerar ordenadamente, aunque sin echar pie a tierra, todos los prodigios que resume esta palabra Lanjarón, célebre en el mundo por la hermosura, fecundidad y riqueza del edén que lleva tal nombre y por la virtud de las aguas que allí se toman.

Con que soltemos ya la pluma y cojamos los pinceles. Dejemos a los hombres, y contemplemos a la Madre Naturaleza. Olvidemos las enfermedades físicas y morales que recuerda esa villa, y digamos todas las excelencias del cuadro que acababa de aparecer a nuestros ojos.

Allá arriba, donde un perpetuo frío achica los robles, las encinas y los castaños, se crían el liquen del Spitzberg, la sablina de Noruega, el quebrantapiedras de Groenlandia y los sauces herbáceos de Laponia. Más abajo, donde los castaños y las encinas se agrandan, y aparecen ya los cerezos y manzanos silvestres, con los tejos, el boj, los aceres y los alisos, prodúcense la salvia, una manzanilla especial, la mejorana, el ajenjo, y otras plantas aromáticas y alpinas. Luego siguen los morales, los fresnos y las higueras: después los olivos, las vides y los granados: a continuación los naranjos y los limoneros; y, por último, la africana pita, la higuera chumba, el plátano de América y la palmera de los desiertos de Arabia.- Añadid a esto, en ordenada progresión, todos los demás frutales, flores, semillas y cereales de las tres zonas en que se divide la Tierra, pues de ninguno falta allí un ejemplar, y formaréis una leve idea de la riqueza de aquel vergel, tan curioso como productivo.

Pues ¿qué diré de su hermosura? Contábannos allí (y harto lo adivinábamos nosotros) que cuando dos meses después, en mayo, tienen pámpanos todas las vides y hojas todos los árboles (hasta aquéllos que vegetan en las eternas nieves), Lanjarón es un sueño de poetas...Lo que yo puedo asegurar es que, en marzo, cuando lo vimos nosotros, parecía un verdadero paraíso; pues, en la base del cerro, todo era ya verdor, y hasta fruto; en su cumbre, abundaban aquellos árboles que no pierden sus hojas en el invierno; y, en la parte intermedia, los almendros, los guindos, los cerezos, los perales y los duraznos, si no tenían hojas, tenían algo mejor: tenían flores, -ora cándidas, ora rosadas, ora bermejas, asemejándose a esos árboles fantásticos que creemos inverosimilitudes de la escenografía.- Combinad ahora todo esto con infinidad de espumosas cascadas, con las pintas rojas de las naranjas o las amarillas de los limones, con los vistosos matices de las piedras, con el blanco de la nieve y con el azul del cielo; agregad, en primer término, las bruscas líneas de las casas, la torre de la iglesia y el humo de los hogares, sirviendo como de alma humana a aquel portentoso conjunto; figuraos, en fin, al sol y a la sombra, con sus poéticos pinceles, armonizando colores, dulcificando tintas y estableciendo el pintoresco claroscuro de una composición tan prodigiosa, y tendréis otra leve idea del arrebatador espectáculo que había aparecido ante nuestros ojos.

Podía decirse que aquello era una fusión de las cuatro Estaciones, la síntesis del Valle y de la Alpujarra, un resumen de todas las maravillas de la Madre Sierra, la compendiosa sinfonía de todo nuestro viaje...

Y otras muchas cosas más podían decirse; pero nosotros dimos aquí punto a nuestra contemplación, pues nos devoraba la impaciencia por seguir marchando...

Fuera ya de Lanjarón, ganamos de una trotada cierto célebre viso, (llamado modestamente visillo), desde el cual se disfruta la más recomendada vista de aquel delicioso pueblo y se descubre también (por la vez postrera) todo el ameno Valle de Lecrín...

Pero nosotros no teníamos ya ojos, ni tranquilidad, ni tiempo para contemplar con la delectación que se merece aquella extensa y radiante perspectiva; sino para darle, cuando más, un rápido y solemne adiós; para saludar en ella el último asomo del mundo que íbamos a dejar; para despedirnos de los horizontes conocidos, y ver de llamar luego nuestro espíritu a sí propio, a fin de entrar con el debido recogimiento en el horizonte inexplorado, en la tierra misteriosa, en la región de aquellos sueños y curiosidades que enumeré al comienzo de este libro... P. A. de Alarcón.

 
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