SAN ALONSO CANO.
Me cuenta D. Juan Alfonso García, hablándome de D. Juan Gutiérrez Padial:
Como nos veíamos mucho en la Catedral , él como Canónigo y yo como músico, algunos días, bastantes, coincidíamos a la salida y nos íbamos juntos por Puerta Real, la Carrera y el callejón del Pretorio: él hasta el Refugio y yo algo más allá. Nos gustaba bajar a Bib-Rambla y salir por Salamanca. Entre notas musicales que aún ondulaban por mi cerebro y rotundas rimas por el suyo, nuestros paseos eran deliciosos. Los recuerdo con verdadera nostalgia. La charla de D. Juan, con su frecuente gruñido protestón (siempre tenía que desmenuzar alguna inconformidad), me divertía profundamente. Yo lo quería mucho pero creo que aún lo admiraba más.
Bueno, a lo que iba. Uno de aquellos días (andábamos con la primavera ya echada a los hombros), observamos que había una mujer arrodillada ante el pedestal y estatua del gran maestro de pinceles Alonso Cano que hay delante del Palacio Arzobispal. Extrañados, nos miramos con gestos de sorna pues la mujer se santiguaba una y otra vez y movía los labios en oración. O lo parecía. Al acercarnos vimos en ella rasgos gitanos y huellas del paso de muchos años. Más o menos los mismos que nosotros.
Se acercó D. Juan a ella, le dio una palmada en el hombro, y le espetó casi bruscamente:
- ¡No le reces! ¡Si no es un santo!
Sin moverse de su postura, volvió ella el rostro fruncido, como con enfado. Al ver que se trataba de un cura, lo cambió un poco y casi con una sonrisa y con firmeza murmuró:
-¡Si usté lo dice!... Pero a mí me hace mis milagricos…
Seguimos nuestro camino haciendo comentarios jocosos. Recuerdo que una de las cosas que dijo él fue:
-¡Mira que si ahora resulta que el señor Alonso era santo y nosotros nos estamos perdiendo nuestros milagricos!
¡Ah! Por cierto: no fue aquella la última vez que la vi en el mismo sitio, en la misma postura, y dándole a las persignaciones y a las oraciones entre labios…
Fernando Rubio.
