jueves, 19 de enero de 2012

A D. Juan, en su muerte. (M. Arredondo Valenzuela)

Al Poeta Juan Gutiérrez Padial
Por Manuel Arredondo Valenzuela
El pasado 27 de abril de 1.991, en primavera, ha muerto un poeta. Ha muerto Don Juan Gutiérrez Padial, Canónigo de la S. I. Catedral de Granada.
Había nacido en Lanjarón, en el barrio Hondillo, la tierra que siempre llevó en su poesía y en su corazón, allá por la Nochebuena de 1.911. En junio de 1.980 fue proclamado Hijo Predilecto por la Corporación Municipal de Lanjarón y ese mismo año fue entregado el primer premio internacional de poesía que llevaba su nombre. Por azares ajenos a este panegírico, el premio sólo tuvo cuatro convocatorias consecutivas, pese al indudable éxito de todas sus ediciones. Tuve la fortuna de, como Concejal entonces y Secretario del Jurado, colaborar con él de forma estrecha y, desde entonces quedé prendado en sus redes, en su amistad y en su poesía.
En 1.942 fue ordenado sacerdote y comenzó, junto a su labor sacerdotal, su obra poética.
Su primer libro vio la luz en 1.948:  Salterio Gitano –Romancero- con carta-prólogo de José María Pemán que destaca “lo que queda indestructible flotando en sus versos, la descoyuntada gracia gitana de sus imágenes y metáforas; el meneo saleroso de sus octosílabos”. Y una portadilla, con un magnífico soneto de José Carlos de Luna que firma:  

“... Y este excelso poeta, ¡tan humano y sencillo!
desata verso a verso los nudos del hatillo
donde los ´calorré` urden sus fantasías ...”
 
Este romancero de la Vida de Jesús, con incrustaciones, como la taracea, de vocablos en caló, para llevar el Evangelio a los gitanos es un conjunto de belleza plástica, belleza evangélica, bella intuición, que alumbraba un gran poeta unido a un gran hombre.
No fue muy prolífico como autor, pero su calidad palia su escasez. Non multa, sed multum refleja su afán perfeccionista.
Hay un silencio en el tiempo, mientras rueda por algunos pueblos en su misión sacerdotal que va recogiendo en numerosas cuartillas sus vivencias, sus contradicciones, su ras de tierra. Y será en 1.958 cuando sale a la palestra su segunda obra, esta vez en prosa poética: A Contratierra que recoge el pensamiento más hondo, el dolor reprimido, la expresión de su deseo:

“¡Qué querréis! Yo solo –antes que nada-poeta.
 Dicen que siempre llego tarde.
 Ignoro el tiempo, la prisa
 y eso que todos llaman las ´buenas  formas´”

Y es verdad, no hay prisa, no hay urgencia como en el cine de la diosa, pero ha superado su estro; ha afianzado lo que prometía su primera cosecha. Ha nacido un poeta, ha sedimentado su alma y su sensibilidad. 
Su tercer libro casi tarda otra década en salir. Sería Debajo del Silencio, ya en 1.966, donde se recoge su gran soneto “Río Anónimo”,  recuerdo de infancia, jardín de añoranzas, dedicado a su río de niño, a sus molinos de antaño, musicado por el gran organista y compositor y amigo Don Juan Alfonso García. Este soneto, grabado en mármol, a petición de los alumnos / as del C. P. “Lucena Rivas” de Lanjarón y por acuerdo de la Corporación Municipal, perpetuará su memoria en piedra junto al río de sus ensueños.
La creación se acerca, la urgencia aprieta, la obra se comprime. 1.980  será la fecha de su cuarto libro de poemas: “Sombra Penúltima”, donde, a través del diálogo con su perro Pickny, hace una reflexión incómoda de su Dios permanente de lucha entre un torrente poético y su abrasante amor a un Divé, algunas veces desconocido o desconocible:  

“Pickny, junta las manos,
rinde la frente...
Así, como tú sabes.
Auséntate un instante.
Dí conmigo:
Padre nuestro, simiente de la ruleta cósmica,
agresión en el cardo, milagro en las espigas
y en las antenas frágiles
del caracol y de la mariposa;...” 
 
Y así desgrana una a una sus angustias, sus deseos, sus agonías unamunianas, sus dudas y su fe.
Y siempre el poeta y el sacerdote, su fe y su estro, su lucha y su triunfo o su fracaso; la dualidad que en todo hombre cabal beligera en la mente inconformista.
Y una incursión sobre la historia y sus vivencias en su pueblo, más sentido que histórico, en su libro Lanjarón, Historia y Tradición, que primero, cuando estaba en ciernes, cuando las cuartillas emborronadas se rompían y se rehacían se iba a llamar Lanjarón, Umbral de mi Memoria. Fue un canto, una ofrenda al gran amor de su vida: Lanjarón. Por que allí, en lo más granado, en su Barrio Hondillo del alma, jirón morisco, recordaba su infancia molinera, sus andurreos por la ribera, sus ermitas de la Cruz y San Sebastián, su parroquia de la Encarnación, todo se agolpa en este portento de amor que dedica a su pueblo, siempre, de algunas manera inmerso en su obra con un cierto sabor agridulce, pero siempre entregado en cuerpo y alma. Boceto histórico, remembranzas vivenciales, sobre todo de las coplillas de carnaval y las tradicionales “Albolás” que cada año se cantan ante las innúmeras hornacinas de Lanjarón.
Su obra Bajo el Signo del Estro se iba  a llamar Entre el Amor y la Muerte, donde ya se presagia su propia muerte y la rechazaba enérgicamente asegurando que es un desacierto y un zarpazo de energúmeno y donde afirma  

“Tu penúltima estancia abierta y cuarteada,
mientras los cenofios esconde bocanadas
-negación o polilla-
bajo esfinges marmóreas pobladas de mentiras
entre fúnebres orlas de vanidades tétricas”. 
 
Achaca al morir todos los males, aunque yo sospecho que él sabía que moriría el cuerpo pero perduraría su recuerdo entre los que le conocimos y admiramos y nos honramos con su amistad, y entre los que en el futuro se acerquen a su obra que nos lega como su mejor ofrenda. Ahora ha ido al encuentro de la Poesía y habrá resuelto el nudo gordiano de su dicotomía.
Ámbitos Siderales, su última obra recogida en su penúltima recopilación –última será su memoria –Entre Asombros y Gozos, la Palabra, dedicada al V centenario de la Catedral de Granada, recoge una serie de poemas de variado color, en la que quiere resaltar, por lo muy cerca que me atañe, el poema “Villanesca”, dedicado a otro gran amor de su vida: los niños “A los Niños y Niñas de una Escuela de Lanjarón –dice la dedicatoria-, albo tremol de rosas impolutas”. Y si él amó a los niños, los niños de Lanjarón le amaron a él especialmente. Y mantuvo con ellos correspondencias infantiles (una de ellas a Belinda Ruiz Morillas, que sabía que su bisabuelo era Don Antonio Ruiz González, y le decía de la pertenencia de la Virgen de los Dolores (primitiva) en su poder).como intercambio de cromos, y para ellos fueron una reedicción de El Salterio Gitano; Lanjarón, Historia y Tradición  y   Entre Asombros y Gozos, la Palabra, que con su infinita ternura entregó a los niños de Lanjarón. Y ellos, agradecidos, sin comprenderlo en profundidad, pero intuyéndolo, han promovido y aportado su óbolo para la colocación de un monolito con el soneto “Río Anónimo” junto al río, a su río de Lanjarón. Desde lo alto, desde la cima, sentirá la emoción del homenaje a los más pequeños.
Ha muerto el cuerpo, el alma vaga por el Edén esperado y su memoria y su obra queda entre nosotros y los más pequeños como un jirón, como el néctar y la ambrosía del estro inspirador de un poeta que nos dejó su palabra y su sensibilidad.
In memoriam. Los que le conocimos en vida y leímos sus poemas, no le olvidaremos. Los que vengan detrás y lean sus poesías, sentidas y admirables, no le olvidarán.
Vivirá en la memoria del tiempo y las puertas del olvido no prevalecerán, no le olvidarán.
Ya no verá su Catedral desde su Atalaya, ni el Albaycín, ni La Alambra, ni el Sacromonte, pero oirá por las frías fosas catedralicias los arpegios del órgano, celestial interpretación de su “Río Anónimo”.

Lanjarón, ahora, sí tiene un río
 que, de vernos llorar anda salobre.
Ha muerto un poeta, pero vive su Poesía.
 
Manuel Arredondo Valenzuela
(Libro de las Fiestas de San Juan 1.991)

 
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